viernes, 18 de noviembre de 2011

Una manera de volver

Quiero compartir con mis hipotèticos lectores una nota que publiquè en Clarìn hace algunos años,cuando alguien descubriò, en los papeles que Josè Donoso habìa depositado en la Universidad de Iowa, algunas confesiones de èste, en sus diarios, relativas a su atracciòn por otros varones. El descubrimiento ocurrìa ya iniciado el siglo XXI, y para mì, mujer del XX, sonò a arcaìsmo. Y esto es lo que escribì como respuesta. Hoy vuelve a tener vigencia, tras el suicidio de la hija de Donoso, Pilar, y las arbitrarias e injustas interpretaciones de este acontecimiento.



¿QUIEN LEYO A JOSE DONOSO?
Réplica a los porteros del closet


Quien haya visto el último film de Almodóvar, Hable con ella, encontrará algunas posibles claves de lo que quizás constituya uno de los logros del siglo veinte:poder desenmascarar los propios sentimientos y deseos. Pero Almodòvar lo plantea a través de una paradoja: las orientaciones sexuales siguen necesitando de etiquetas.
Convertir en noticia escandalosa la revelación de la supuesta homosexualidad del escritor chileno José Donoso me sugiere que la literatura ha perdido nuevamente la batalla (la autora se refiere a los artículos de Julio Ortega y Carlos Franz sobre la filtración de papeles privados de Donoso, publicados el 16 de agosto en esta sección). O en todo caso, la perdió la crítica académica, que no se cura todavía de la herida que le infligió una de sus últimas novelas, Donde van a morir los elefantes.

Hace un poco más de un año, mientras preparaba un artículo sobre Manuel Puig, conocí un trabajo del profesor español Ramón García Castro, publicado en la Revista Iberoamericana: "Epistemología del closet de José Donoso". El autor afirmaba que el chileno había escondido su homosexualidad y ésta había encontrado una expresión oblicua en algunas de sus obras, revelando su orientación oculta. Luego supe que las memorias de Fernando Balmaceda, amigo de adolescencia de Donoso, y la lectura de los papeles personales de éste, que la universidad de Iowa permitió consultar sin el permiso de su hija, sirvieron a la prensa chilena para afianzar este descubrimiento extraliterario.

Resulta frustrante comprobar que más de treinta años de construcción de una nueva teoría literaria y muchos más de psicoanálisis puedan dar como resultado esta forzada comprobación. Forzada, porque es el mismo Donoso el que revela muchas de sus claves en otros textos suyos, y es El lugar sin límites la obra más arriesgada, más directamente alusiva, no a la propia orientación sexual, sino más bien al dolor de construirse a partir de la afirmación de lo diferente y ser rechazado por quien no se atreve a aceptarse en este juego convencional de reglas constituido por el amor. Amor y distintas clases de amores, que no caben en las etiquetas previstas socialmente para la reproducción ordenada del género humano.

Estamos ante una muestra de voyeurismo intelectual, una nueva manera de
disfrazar la esterilidad de un pensamiento muerto. Y este voyeurismo que sólo puede encarar los objetos culturales desde lo biográfico más elemental, que se empeña en juzgar si alguien debió o no "asumir" -palabra tan cargada de dogmatismo que se asemeja a la ortodoxamente religiosa "penitencia"- abarca en los últimos tiempos a escritores que van desde Sor Juana Inés de la Cruz hasta Borges o José Donoso. Porque cómo olvidar la argumentación de Daniel Balderston, también de Iowa, al concluir uno de sus ensayos sobre Borges diciendo que éste escribió "para cuidarse el culo". Quien debiera asumir su condición, en este caso de voyeur, es aquél que se empeña, desde la crítica literaria o la
academia, en pedir cuentas más allá de la literatura. Con esto no quiero decir que la vida de los escritores no tenga importancia. La tiene en la medida en que la persona real no produce sino desde lo que es. Pero en el terreno de lo simbólico, y la literatura se construye en el mundo de los símbolos, la lógica de la vida real toma formas incontroladas. Si Donoso no quiso vivir más libremente -por lo que sabemos hasta aquí-, quizás fue éste el precio de su imaginación. Por lo demás, los escritores más interesantes son aquéllos que no se limitan al campo de la propia experiencia sino los que pueden ponerse en la piel de los demás.

Donoso no fue un hombre simple. El lo sabía y jugaba con sus propias máscaras un juego que, a quienes supieron interpretarlo, les resultaba muy estimulante. Tampoco fue un escritor de esos que se leen de una sola manera. La misteriosa desaparición de la marquesita de Loria, Casa de campo, "Jolie madame", Conjeturas sobre la memoria de mi tribu, Tres novelitas burguesas, son piezas de un rompecabezas que ofrece posibilidades mucho más perturbadoras que la tranquilizante comprobación de que, después de todo, aquello era porque Donoso no se atrevió a vivir su homosexualidad.

Si Donoso quiso jugar el juego de la familia burguesa, a nadie corresponde
juzgarlo. También jugando falsamente el juego de la libertad se puede correr el riesgo de traicionar la propia esencia. O, simplemente, de conformar a quienes, bajo un deber ser bastante alarmante por cierto, realizan la operación de la discriminación al revés. A veces supuestas reivindicaciones no hacen más que reforzar los viejos estereotipos. La caza de brujas asume la máscara de la liberalidad y termina mostrando su propia, terca y obstinada miseria: la del que no puede perdonarles a los demás la verdadera libertad.