sábado, 9 de marzo de 2013

La literatura, ¿puede salvar al hombre?

 "Auschwitz
«¿Regresará Dios cuando su creación esté destruida?», se pregunta Elías Canetti. No lo sé, pero soy tan optimista que creo que habrá escritores para contarlo. Hablando precisamente de Canetti, me acuerdo de un texto suyo, La profesión de escritor, en el que cuenta el estupor que le produjo la lectura de una nota suelta de un escritor anónimo, la nota llevaba la fecha del 23 de agosto de 1939, es decir, una semana antes del estallido de la segunda Guerra Mundial, y el texto decía: «Ya no hay nada que hacer. Pero si de verdad fuera escritor, debería poder impedir la guerra».
Canetti se dijo todo esto, pero durante días no paró de darle vueltas a aquella nota del escritor anónimo, de aquel pájaro solitario. Hasta que de pronto se dio cuenta de que el autor de aquella nota suelta tenía una profunda conciencia de las palabras, y entonces pasó Canetti de la indignación a la admiración. Se dio cuenta de que mientras haya gente —y hay, desde luego, más de uno— que asuma esa responsabilidad por las palabras y la sienta con la máxima intensidad al reconocer un fracaso total, tendremos derecho a conservar una palabra —la palabra escritor— que ha designado siempre a los autores de las obras esenciales de la humanidad, esas obras sin las cuales no tendríamos conciencia de lo que realmente constituye dicha humanidad.
El orgullo del escritor de hoy tiene que consistir en enfrentarse a los emisarios de la nada —cada vez más numerosos en literatura— y combatirlos a muerte para no dejar a la humanidad precisamente en manos de la muerte. En definitiva: que a un escritor le podamos llamar escritor. Porque digan lo que digan, la escritura puede salvar al hombre. Hasta en lo imposible."
Esto escribe Vila-Matas en su discurso de recepción del Premio Rómulo Gallegos. Lo recibe en Caracas en 2001. Quiero compartirlo. Siento que me robaron Venezuela para transformarla en un fantasma sin identidad. Rómulo Gallegos, yo tenía 14 años cuando me quedaba hasta tarde leyendo en una edición de Aguilar de tapitas de cuero una novela que no era Doña Bárbara, No estoy segura de si era La trepadora o sobre la misma tierra, pero había una escena que me fascinaba: cómo desde su caballo un capataz le pegaba latigazos a un indio. Yo tambiñen creo, como Vila-Matas, que la escritura puede salbar al hombre. Ojalá los venezolanos puedan leer a Rómulo Gallegos, que fue maestro, llegó a ser ministro de educación y tres meses presidente.