lunes, 1 de agosto de 2016

*La noche de los bastones largos"



Cada vez que recuerdo aquellos años, vuelvo a congratularme de la universidad en la que me tocó estudiar. Era la universidad de la libertad de cátedra, la del cogobierno estudiantil.
Aquellos eran unos años en los que la felicidad tenía que ver con una actividad de búsqueda, pero además de riesgo. Era la necesidad de darle una vuelta al pensamiento que habíamos recibido, un pensamiento revolucionario que venía del partido comunista soviético, pero en el comunismo francés y en el uruguayo habían empezado las críticas. Y de allí

surgiría la división del PC argentino, el del famoso Codovila, y el surgimiento de lo que primero se llamaría “la fracción” y luego el Partido Comunista Revolucionario.
Filosofía ya se había trasladado a Independencia, y nos reuníamos en los bares del entorno: Dean Funes e Independencia, Urquiza a la vuelta, junto a la librería de Abel Langer. Las canciones de la guerra civil española, y las de Charles Aznavour : Nathalie (« La place rouge été vide »), Venecia sin ti (« Qu´est qu´est triste Venice”) eran mis preferidas. Para mí era el momento del descubrimiento, había trabajado en el Centro de Estudiantes de Ciencias Económicas informando a los alumnos, luego trabajaría en el colegio Jean Piaget,  y finalmente en el Centro Editor de América Latina. Todos estos empleos significaban madrugar y trabajar muchas horas. Luego las clases y los exámenes. Pero no me quejaba.
Yo había sido una buena militante estudiantil, y en una campaña muy intensa había sido elegida delegada a la Junta Departamental. Así fue que, de cara a modificar  lo que en aquel momento nos parecía vetusto, conseguimos que se aprobara el proyecto de una cátedra paralela de literatura argentina, para la que propusimos como profesor a Noé Jitrik. Se trataba de un joven profesor  -apenas 38 años- que venía de Bezançon y enseñaba en Córdoba. Creíamos que podía modificar la óptica un poco cerrada de las otras cátedras, ya que  tenía una visión donde un encuadre histórico social armonizaba con la crítica meramente estilística, que era lo que predominaba en la carrera. Como delegados estudiantiles habíamos planteado nuestras inquietudes en asambleas departamentales y en general los profesores se habían burlado de nosotros. Recuerdo quiénes, pero prefiero omitir sus nombres.
Gracias a Jitrik descubrimos autores que no conocíamos y enfoques que nos cambiaron nuestra perspectiva. Pero esto tuvo corta vida: dictó su materia el primer cuatrimestre de 1966, y en junio fue el golpe militar y un mes después la intervención.
El fin de la universidad reformista
En la sede de Independencia llevábamos casi un mes de asambleas diarias. Estábamos reunidos en el Aula Magna y de pronto escuchamos gritos en el hall. Era la policía.
Muchos corrieron a los pisos de arriba, pero era inútil. La profesora de literatura española, Frida Kurlat, (que no estaba en la asamblea sino reunida con sus ayudantes) me pidió temblando que buscara ayuda, ya que yo era delegada de Junta Departamental. Antes de esto era como que no me veía, aunque yo era alumna de nota alta. En Letras, la militancia estudiantil era un pecado.
Pero ya no había ayuda posible. Vimos cómo le partían la cabeza a algunos compañeros . Tengo la imagen grabada de un policía blandiendo su bastón. A las mujeres no nos pegaron. Salimos, con mis amigos Nora y Luis, logramos eludir los camiones celulares. Caminamos por una avenida Independencia desolada. Yo no vivía lejos, unas quince cuadras. Ellos se quedaron en mi casa.
Dos años después, en México, la matanza de Tlatelolco sería un episodio mucho más violento, pero con motivaciones y resultados semejantes a nuestra noche de los bastones largos.
Este fue el atentado más grande a la autonomía universitaria. A una universidad de pensamiento libre. La universidad de la Reforma, ese movimiento pionero en América. Esa noche ninguno de nosotros durmió.



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