domingo, 1 de octubre de 2017

Antonio Di Benedetto: Desde la cordillera mendocina al bosque sagrado

 Este texto pertenece a mi libro Memorias Imperfectas.
Lo tomo hoy, día en que celebro el estreno de Zama, dirigida por Lucrecia Martel.

***
Antonio Di Benedetto: los anteojos, la boina
            “Procuré ocupar la cabeza en el motivo de mi caminata, en el hecho de que yo esperaba un barco…”

  Di Benedetto, Zama
                 
Son las doce de un frío día primaveral, hace hoy [i]casi treinta años. El día de San Isidro en Madrid.
Sentada en el comedorcito del precioso piso de la Glorieta de Rubén Darío, la puerta se abre a mis espaldas. Es Beatriz Guido, la dueña de casa, la recién nombrada por el presidente Alfonsín encargada de Asuntos Culturales de la Embajada Argentina en España, con rango de ministro.
En un momento en el que todos estábamos llenos de esperanzas en la democracia, la generosa Beatriz había salido de años de postergación, que incluían una economía de gran austeridad, en su departamento de la calle Vicente López, en el que había agasajado a José Donoso y amigos en su visita del 82, y al que yo iba con cierta frecuencia.
Y digo la generosa Beatriz porque de inmediato ofreció a sus amigos visitarla cuando quisieran en el piso de Madrid. Yo fui una de las favorecidas, en mayo del 84, cuando ella llevaba apenas unos meses.


Volvemos a Madrid. Acabo de cortar una comunicación telefónica,
y le cuento que hablaba con Antonio Di Benedetto, a quien traigo unos libros, pero no conozco en persona, y que me invita a almorzar al día siguiente a un restaurant italiano. Beatriz, siempre bromista,  se ríe y me dice “te va a pellizcar”. “Ay, no me asustes, Beatriz”, digo yo.

                                                            *
            En 1982 me encontraba trabajando en el Círculo de Lectores. Había reemplazado al poeta Alberto Vanasco como asesora literaria, y por cierto era un trabajo interesante. (…)
Ofrecí incluir libros de autores argentinos que en esos momentos se vendían con éxito y eran verdaderas novedades literarias. Esto nunca se había hecho en Círculo de Argentina.
Mi propuesta fue aceptada y los primeros libros publicados fueron Juanamanuela mucha mujer, de Martha Mercader, Flores robadas en los jardines de Quilmes, de Jorge Asís, Cerrado por melancolía, de Isidoro Blaisten.
También propuse organizar un concurso de cuento. En esos momentos vivían fuera del país por razones políticas o ideológicas escritores como Juan Martini, Héctor Libertella, Daniel Moyano, Antonio Di Benedetto, y  la idea fue incluir a todos aquellos que vivieran en Argentina o fuera de ella. (…)
Organizar ese concurso tuvo todos los encantos de un verdadero desafío. Reglamento de la convocatoria, dónde se entregarían los trabajos, plazos, regular todo aquello que nos garantizara un impecable procedimiento. Y lo más importante: cómo provocar un fuerte impacto en público y escritores, ya que eran tiempos en los que el ámbito literario no ofrecía mayores estímulos. (…)
Luego vino el tema de los jurados. Y allí la decisión abrió nuevos caminos, ya que al nombre de Borges, con quien yo trabajaba por las mañanas en la escritura de un prólogo a obras de Shakespeare, se añadió el de José Donoso, que acababa de regresar a Chile de su exilio en España, y que se convertiría en uno de mis más grandes amigos.
Pero quisimos que los jurados fueran cinco, y uno debía ser yo, en representación de la editorial. Entonces surgieron los nombres de dos de los profesores y críticos más prestigiosos de ese momento –amigos, por lo demás-: Jorge Lafforgue y Enrique Pezzoni.

En otro lugar de este libro hablo más in extenso de este concurso, pero quiero recordar aquí que Di Benedetto mandó tres cuentos, que llegaron al borde de la fecha establecida por el reglamento. Por esa razón nos escribimos algunas cartas –aun recuerdo su estilo respetuoso.
Uno de ellos resultó entre los finalistas y fue incluido en el libro “Cuentos de hoy mismo”, que le llevaba a Madrid en mi visita.
Resulta indispensable recordar aquí que Di Benedetto vivía en Madrid luego de haber sido detenido en Mendoza por la dictadura militar. Antonio estaba en su despacho el 24 de marzo de 1976 y de allí lo sacaron los soldados. Estuvo detenido hasta septiembre de 1977, fue torturado y lo sometieron a cuatro simulacros de fusilamiento. Me contaría en Madrid que le habían roto sus anteojos, cosa que para un miope –y yo lo sé bien- es una tragedia.
En Madrid Antonio tuvo el apoyo y la amistad de Daniel Moyano, otro de los grandes escritores detenidos por la dictadura. Pero Daniel era un hombre con mayor capacidad de resistir, quizás también por ser más joven.
En nuestro primer almuerzo la suspicacia de Beatriz tomó en cierto modo visos de realidad, ya que en el momento de despedirnos –y esto porque yo me sentía un poco abrumada por las quejas de Antonio respecto de su hija- me confesó que a través de nuestras cartas había sentido que tenía una novia en Buenos Aires. Se lo conté a Beatriz y ella de inmediato recordó que Di Benedetto había escrito un cuento donde un episodio sentimental surgía a partir de unas cartas.
Con Daniel y Antonio conocí un Madrid que para mí era por cierto fascinante, un Madrid antiguo y popular, donde por ejemplo supe, al cruzar el Puente de la Cebada, que mi querido Pepe Donoso solía caminar por allí.
Y como Daniel era chelista de la orquesta del Real de Madrid, fui a un increíble ensayo de Bohème, de Puccini, nada menos que con Luciano Pavarotti.
 

Ahora, casi treinta años después, me pregunto quién se ocupó de estos dos escritores que ya no eran jóvenes, y que padecieron en su cuerpo la crueldad de la dictadura militar. Porque hubo otros exiliados que lo fueron por decisión propia –y eso no está mal- y además tenían muchos años menos: Soriano, Martini, Libertella, por nombrar solamente algunos. Moyano cobraba el paro, inexplicablemente, o quizás hubiera conseguido la nacionalidad.

           
Moyano se quedó en España, su obra ha sido inmerecidamente olvidada, Antonio volvió a Buenos Aires, no a  Mendoza, ese año de 1984 y pude ayudarlo encargándole que escribiera sobre la región de Cuyo, para un libro que nunca se publicó: Maravillosa Argentina.
Vino a visitarme varias veces a mi hermoso y soleado despacho de la Dirección de Bibliotecas, en  la calle Talcahuano, y recuerdo que me contó que se había caído en la calle.
Poco después murió, dicen que de un derrame cerebral. Nadie sabrá si la caída fue causa o consecuencia, nadie sabrá si los golpes que recibió en prisión dejaron secuelas.
Entre las peores historias de nuestra Argentina, la injusticia de este final es un borrón tremendo. Era 1986, y poco después moría en Madrid mi amiga Beatriz Guido.


Menos de quince años después, cuando yo me desempeñaba como subdirectora de la Biblioteca Nacional, junto con Francisco Delich como director, se me acercó un familiar de Antonio para ofrecerme algunos objetos suyos. Recuerdo, entre ellos, su boina y sus anteojos de marco grueso y oscuro, seguramente parecidos a aquellos que le habían pisoteado los soldados que lo secuestraron.
Entonces organizamos un homenaje, y la fecha elegida fue el 29  de marzo, porque pocos días antes se habían cumplido 25 años del golpe militar. Hubo una mesa redonda que coordiné, con Graciela Maturo, Rodolfo Braceli, Nicolás Sarquis y Teresita Mauro Castellarín. Recuerdo con emoción la vitrina con los anteojos y la boina, y no sé si habrá en el patrimonio fotográfico de la biblioteca registro de esto.
Aunque la memoria  personal –en este caso la mía y seguramente la de muchos asistentes al acto- es el registro más humano y sensible.

CODA:

Ya en 2012 -¿recuerdo bien la fecha?- me contactó Santiago Gallelli, de una compañía productora que planeaba filmar la novela Zama de Di Benedetto. La dirigiría Lucrecia Martel. Como Subsecretaria de Cultura en el ministerio de la ciudad, y con el equipo del ministro Lombardi, nos habíamos ocupado de reglamentar y poner en funcionamiento la Ley de Mecenazgo. Tuvimos una reunión con el ministro y otros colaboradores en La Biela.
El proyecto se presentó y me ocupé personalmente de disipar las dudas de algún miembro del consejo de mecenazgo. Y fue declarado de interés cultural.
Ese mismo año incluí su cuento “Caballo en el salitral” en mi Antología de cuento argentino, en los 100 años de Editorial El Ateneo.

Antonio, ¿sabrás que el ciclo de tu novela se cierra de este modo? Porque ahora la película de Lucrecia Martel, la extraordinaria directora de La ciénaga y La niña santa –son mis película preferidas- es candidata al Oscar, elegida por la Academia Argentina de Cine.
Es decir, desde tu cordillera mendocina, con los anteojos rotos y la tortura, hasta Hollywood. Es decir, el bosque sagrado.
Pero ya estabas en ese bosque sagrado, el de los grandes, el de los creadoras, y por qué no decirlo, el de las víctimas inocentes de la ignominia.
Está todo dicho. O más bien, escrito.












[i] Escrito en 1984

No hay comentarios:

Publicar un comentario